Pese a que estaba cantado, serán muchos los que ahora se sorprendan de que España esté al borde de pedir la intervención del FMI y de malvender su soberanía a causa de la adicción nacional a la deuda.
En su artículo «¿Qué ha pasado para que España esté al borde del rescate?«, Daniel Lacalle describe el deterioro que ha sufrido la imagen internacional de nuestro país en los últimos meses, y a su vez Juan Carlos Barba muestra, con un gráfico muy explícito, cómo los acreedores internacionales se escabullen de la deuda española.
Gráfico 1: Deuda pública española anotada en el BCE, clasificada por origen de los tenedores (Fuente: BCE, elaborado por Juan Carlos Barba)
A la vista de la gravedad que ha adquirido el quebranto de la solvencia del reino, no es de extrañar que empiecen a oírse vaticinios como el que lanza José Luis Ruiz sobre la eventual sustitución de Rajoy por un gobernante más dócil con el Eurogrupo.
Lo cierto es que en estos apenas cuatro meses de gobierno no ha arribado a las costas españolas ese tsunami de confianza con que el Partido Popular se cameló a los electores. Muy al contrario, el aval a granel generosamente entregado a cajas de ahorro, comunidades autónomas y ayuntamientos, unido a la insuficiencia de los ingresos públicos, ha encendido todas las alarmas de los acreedores.
Y es ahora, en pleno recrudecimiento de la falta de confianza patria, cuando con precipitación, nocturnidad y buenas dosis de confusión el Gobierno pretende abanderar la lucha contra las duplicidades o el despilfarro en las administraciones autonómicas o municipales*: propósito tan creíble como el que solemnemente declaraba Fernando VII con aquello de «Avancemos todos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional «. Esta misma tarde, Esperanza Aguirre, que hace bien poco quiso montar una policía castiza, prácticamente pedía la disolución de las autonomías -incluida la que gobierna. No sé cuál será la próxima contorsión reformista de los populares: quizá nos sorprenda el marido de Cospedal en dueto con su cuñado clamando por una sociedad más meritocrática, o José Ricardo Martínez (UGT) enarbolando al alilmón con Rodrigo Rato una pancarta por la despolitización de las Cajas. Cosas veredes…
Aunque se mostró taciturno en campaña sobre los que serían sus sortilegios para traer de vuelta la ansiada confianza a España, el PP vociferó a los cuatro vientos que se recuperaría el «espíritu del 96». Pero (¡oh, cielos!), si hay algo que en esta crisis de crédito no tenía sentido, eso era precisamente replicar la política del 96.
A la vista de los resultados de las dos últimas elecciones (de las generales y de las autonómicas andaluzas y asturianas), lo único que constata una hipertrofia imparable es la desafección de los votantes, certificada por una cifra de abstención al alza. Asimismo, se advierten unos giros en la tendencia electoral que probablemente se deban a una estrategia de marketing político: el PP espera a que su competidor se cueza en sus propios y gruesos errores mientras vende una imagen de «brillante gestor» para así ganarse al cliente-elector. Por su parte, también los resultados en las elecciones andaluzas pueden explicarse parcialmente como la respuesta del electorado a las expectativas atribuidas a una marca política determinada: toda vez que por la mera imposición de manos de los populares no ha mejorado el enfermo, IU ha capitalizado el voto merced a su imagen de defensores de los «derechos sociales». Pero mucho me temo que, si el programa del Partido Comunista Andaluz consiste en no pagar las deudas, esperan tiempos aún más difíciles a los derechos sociales andaluces -amén de un riesgo añadido en España.
Con la prima de riesgo a 420 puntos, el gobierno saca de la chistera un «plan» para recortar en sanidad y educación. No me cabe duda de que se puede mejorar la eficiencia sin que afecte a la calidad de los servicios, pero si, como es de esperar, el ajuste se realiza de la misma manera que se lleva a cabo en el sector privado, el recorte se sustanciará en el cese de jóvenes investigadores, en la no incorporación de nuevos docentes y, en definitiva, en el arrinconamiento (y exilio) de una generación (en cuya formación, por cierto, hemos gastado sumas considerables). Dudo mucho de que esto sea eficiente, y no me cabe duda de que además es muy injusto. Así de crudo resultaría el titular: un gobierno yonqui roba el pan de sus hijos para inyectar 50.000 millones de crédito adicionales a las cajas por las que se le va la vida.
Es desgarrador que todo este panorama fuera tan previsible como cutre. Sin duda, necesitamos un esfuerzo colectivo, y lo haremos -por las buenas o por las malas. Sin embargo, la terapia vudú -la del dolor generacional que nos conducirá a una senda de virtud- es una terapia absurda y cruel.
Como Machado, no puedo cantar ni quiero a ese Jesús del madero. ¿Hay alguien por ahí quien me preste una escalera?…
* Les recomiendo que vean el vídeo enlazado sobre la visión municipal del alcalde de Alcalá de Henares (PP) y el diputado autonómico Luis de Velasco (UPyD)
Gran artículo, que refleja la (por desgracia) cruda realidad. Un país a la deriva, que sigue con un gobierno sin proyecto ni liderazgo.
No hay salida indolora ni fácil a esta crisis, pero hay salidas mejores y peores. Cada vez nos queda menos tiempo para escoger la alternativa menos mala, y lamentablemente nada apunta a que queramos concedernos esa posibilidad.